La delgada linea rosa

Entre el ambiente de un putero y una clase de spinning no hay mucha diferencia. Por los pasillos van y vienen viejas sudorosas con ropa embarrada y panzones calientes que pagan por ir a ver como las arañas estas mueven sus carnitas al ritmo que un MC o en su defecto el instructor programa deciden poner, con exquisito gusto musical y que por lo regular va de power ballads de grupos ochentenos, mix de antros de Coapa y discos lounge de microbuseros a lo más oscuro del reggeatón o las bonitas salsas y cumbias para mantener al público-alumnos motivados.

A pesar de esta atmósfera de puticlub que se vive en este recinto, he superado las 16 clases y cada tarde me pregunto que es lo que me impulsa a perder todo respeto por mi vida sedentaria y enfundarme en un ridículo mono de jogging mientras sudo como gorda borracha tratando de vencer el sentimiento de culpa judeocristiano de haberme chingado 6 tacos de carnitas y 2 quesadillas a la hora de la comida, mi primer pensamiento es renunciar y volver a mi leonera a ver la novela del 2 y justo cuando estoy dispuesto a decir “a la chingada yo me bajo de esta bici que no me lleva ningún lado” aparece una delgada línea rosa una y otra vez que me inspira a continuar, a esperar con ansía los primeros acordes de una rolita techno-guapachosa para correr a la recepción y preguntar a la encargada en donde está la señora que vende los boletos, que me de 5 y si es posible que la próxima canción sea November Rain.