Cuando yo era un imberbe y mi mayor preocupación era que mi jefito me diera una lana pa echarme unas caguamas en jueves y comprar tacos de barbacoa el viernes, existían en la ciudad de mis amores mitos urbanos que iban desde el de los pitufos asesinos, la coca cola familiar con dedos en su interior, los discos de Juanga con mensajes satánicos, vamos al noa noa, hasta el de la señora cuarentona buenota y el repartidor de pizza. Sin embargo el que más nos impresionaba era el mito que corría sobre el gran Zar de la Pieles que para alegría y desgracia era nuestro primo y obvio tenía todo que ver con el origen de su apodo.
El mito se creó debido a que en un vallartazo El Zar terminó con una gringa gordototota, que sedujo a su dentista, que una teibolera fue a recogerlo a su casa y su mamá la pasó la sala y estaba platicando con ella, cuando mi primo regresó mi tía le sugirió que le dijera a su amiga que usara ropita menos entalalda porque le podía dar una pulmonía, a que sedujo a un símil de Felipito el de Mafalda pero con chichis, al hecho que corría como galgo los miércoles de gatas en el Dadú y que en alguna ocasión en un oscuro congal de Pátzcuaro tenía sentado en sus piernas a algo que nosotros supusimos era un mesero. Las malas lenguas y la sociedad vallisoletana creó un mito que decía que el mismísimo Zar agarraba de todo, incluso chimuelas, sin embargo al igual que el de los pelos en las manos nunca nadie lo había visto con sus propios ojos…
Todo sucedió en nuestra continua celebración de fin de semana, la comida-cena-baile con que festejábamos la culminación de una ardua semana de estudios y trabajo: Ese era un lugar de puertas abiertas casi como el paraíso, donde la carne asada, las cervezas Pacífico y los mísiles de Bacardí corrían libremente y todos era bienvenidos.
Cuando el sol clareaba y nosotros estábamos ultrapedos, de la nada se apersonaron unas guerreras del catre, de esas de espada doble, bota de cuero y lujuria en su mirada que de verdad nos asustaron, de entre todas, una se distinguía porque le faltaban 2 dientes; su calidad de mercenarias nos asustó tanto que decidimos supervisar que no se robaran las toallas y los herrajes del baño. Obvio las pinches viejas nos mentaron la madre y se fueron muy indignadas. En ese momento el Zar decidió que para evitar el ultraje de nuestros batimóviles bajaría a supervisar que la banda de las chimuelas no se hubiera robado ningún espejo o que hubieran apedreado el parabrisas, nosotros seguimos en nuestro desmadre.
Al pasar el tiempo y viendo que El Zar no regresaba, decidimos que una misión fuera a buscarlo, por lo que nos dirigimos a la cochera y nada, no había rastro del Zar, de pronto escuchamos ruídos, nos asomamos a un pequeño departamentito que tiene los papás del zar en la aprte baja de la casa y bueno… el mito urbano resultó ser cierto.
A partir de ese momento he empezado a creer en los correos que advierten sobre los que te sacan el riñon cuando estás bien pedo, la banda muerte que te balacea si les echas las altas, la lata de coca con pipí de rata y todos los correos inútiles que llegan advirtiendo de un peligro inminente. Por lo pronto ya compré mi rastrillo para rasurarme la palma de la mano, no vaya a ser la de malas.
lunes, julio 16, 2007
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3 comentarios:
No te hagas, ese famoso zar de las pieles se me hace que es un alter ego tuyo.
Soy tu FAN, he leido todo tu blog, no se si yo tengo demasiado tiempo de ocio, ho de plano eres increiblemente cagado.
En hora buena.
Nel amigo, el Zar de las Pieles es primo mío... mis alter egos no tienen la mente tan sucia y tan mal gusto.
Gracias Mi kamel, este es su blog y que bueno que nos visita. aquí andamos
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